No es ninguna sorpresa que se encuentre en Holanda. Es Groningen o Groninga, en el norte de los Países Bajos. Viven allí unas 190.000 personas. Hay 75.000 coches y unas 300.000 bicicletas. El 50% de todos los viajes se hacen en este último medio de transporte, el 60% si hablamos de recorridos por el centro de la ciudad.
Un ciudadano de Groningen monta en bicicleta cerca de diez veces por semana. En realidad, los residentes lo hacen casi todo en bicicleta, incluyendo comprar en Ikea, que pone a disposición de sus clientes bicicletas de carga (con un remolque). Este paraíso ciclista se ha desarrollado a lo largo de varios años de correctas decisiones políticas desde hace una generación.
En 1977, el gobierno de la ciudad dividió Groninga en cuatro cuadrantes, prohibiendo viajar directamente de uno de los sectores a otro en coche. Los conductores sólo podían circular por una carretera de circunvalación. Así, viajar en coche era una pérdida de tiempo. La idea no era molestar a los usuarios de los vehículos motorizados, sino expulsar de la ciudad la contaminación del aire, el ruido y los accidentes.
Lógicamente, la bicicleta se convirtió en el medio de transporte más rápido y cómodo. Y, también, el más económico. Al principio, el plan no fue bien acogido por todos. Los comerciantes, por ejemplo, protestaron, pensando que sus negocios se irían a pique si los clientes no podían conducir hasta sus puertas. Pero lo único que se necesitaba era un cambio de mentalidad. Los ciudadanos se adaptaron y, por supuesto, siguieron comprando y yendo al centro, sólo que en bici (o andando).
En la actualidad, las calles de Groningen son un ejemplo de infraestructura eficaz preparada para que las bicicletas circulen cómodas y seguras. Hay multitud de aparcamientos para bicicletas y el diseño de todas las vías tiene a la bicicleta en cuenta. ¿El resultado? Una ciudad saludable sin contaminación.