“Gracias por robarnos la bici”, dice el tuit. No tiene ningún atisbo de ironía. Su autor, un policía estadounidense llamado Matt Friedman, está realmente contento. Sube incluso una foto: la imagen del ladrón, que horas antes robó una bicicleta valorada en más de mil euros. Porque, en el fondo, esto ha sido una victoria. La bici era una bait bike (un cebo, vamos), la última iniciativa de la policía de San Francisco para detener el robo de velocípedos. Una iniciativa que quiere hacer desincentivar a los ladrones de bicicletas a base de trampas, GPS y redes sociales.

El sistema es simple: se aparca una bicicleta de alta gama en plena calle y en su interior esconde un sensor localizable por GPS. Así, cualquier bici de la ciudad puede ser un peligro para el ladrón.
Entre 2006 y 2012, el robo de bicicletas experimentó un aumento del 70% en San Francisco; más de 4.000 bicicletas robadas. “Cuando una ciudad empieza a fomentar el uso de la bici y aumenta el número de velocípedos en las calles, es normal que los robos crezcan”, explican desde la Red de Ciudades por la Bicicleta, que aglutina a las urbes españolas que apuestan por los pedales. Así ocurrió en Sevilla, en Barcelona o en Nueva York. En Estados Unidos, un país que acaba de incorporar las dos ruedas a sus urbes con bastante éxito –el número de estadounidenses que pedalea al trabajo ha aumentado un 60% en los últimos años–, los robos se han convertido en un problema: se estima que se roban entre 800.000 y 2 millones de bicicletas. Las bicis trampa son la última estrategia para luchar contra este problema.

El sistema es simple: se aparca una bicicleta tentadora (cuyo precio supere los tres dígitos) en plena calle y en su interior esconde un sensor localizable por GPS –un sistema semejante al que tendrá bicicleta pública madrileña–. Tarde o temprano alguien robará la bicicleta (todo dueño de una dos ruedas sabe que esto, más que una estadística, es una inevitabilidad) y, gracias a la tecnología, se persigue al ladrón usando el satélite.
Las bicis trampa se empezaron a aplicar en la Universidad de Wisconsin en 2008. La medida redujo el robo de bicis un 40% en su primer año de aplicación. Desde entonces se ha extendido su uso por varias ciudades del país. Su efectividad se basa no solo en la detención e identificación del ladrón sino que la duda de si una bici es o no una trampa le reduce las ganas de robar. “No sabes la cara que se les queda”, resume con eficacia el agente Friedman en una entrevista al rememorar su última cacería.
Además de su arma, entre sus aperos de trabajo se cuentan un geolocalizador y un smartphone, que usa para tuitear sus hazañas y extender el mensaje de que la ciudad está llena de cebos para ladrones de bicicletas. Algunas personas están empezando a poner una pegatina con un curioso mensaje para aquellos que se sientan tentados a reventar el candado: “¿Será una bici trampa?”.
Fuente: EL PAÍS.
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