Los Países Bajos y, en general, otros estados europeos del centro y el norte del continente están plagados de bicicletas, ayudados en parte por su privilegiada orografía de extensiones llanas. En cambio, el relieve accidentado de países como España, México o Chile hace que la cosa aún sea muy distinta, sobre todo en algunas ciudades.

En la ciudad de Trondheim, en Noruega, desde 1993 utilizan un ascensor especial para bicicletas que da un pequeño empujón sin tener que bajarse del sillín y ocupando el menos espacio posible. El modelo original fue sustituido en 2012 por una versión producida a escala industrial y mucho más segura de cuya fabricación se encarga la compañía francesa POMA.
El ascensor funciona siguiendo el mismo principio que el teleski de una estación de invierno, aunque los cables, en este caso, se despliegan por debajo de la calzada. Basta dar con dar a un botón y una zapata comienza a deslizarse por un raíl en el suelo. El ciclista apoya el pie derecho sobre ella e inmediatamente estará rodando a 1,5 metros por segundo cuesta arriba. El dispositivo tiene cabida para 300 usuarios a la hora y puede salvar desniveles de hasta 18º de pendiente y medio kilómetro de distancia.

Los fabricantes del CycloCable quieren expandir el modelo, que sólo existe en Trondheim, a ciudades de todo el mundo. La revolución urbana de la bici cada vez más cerca.